jueves, 30 de septiembre de 2010

El virus Bozzo

Laura Bozzo, biológicamente hablando, es un virus. Daña, necesita de un cuerpo vivo para subsistir y, sobre todo, evoluciona. De no hacerlo, los organismos que lo albergan encontrarían, con el tiempo, la forma de destruirlo. O controlar sus ánimos infecciosos, en su defecto.

El virus Bozzo habitó la sociedad peruana durante más de diez años. Logró hacerse de una membrana que la protegía de la sensatez y el respeto por la dignidad humana. Una membrana hecha a partir de la ignorancia y las necesidades económicas de gente de bajos recursos. Y revestida del compulsivo hambre de poder de otros virus dueños de canales de televisión, de servicios de inteligencia y de estados peruanos.

Bozzo llegó a creer que su membrana era infranqueable. Que la infección que su cerebro maquinaba alcanzaría límites insospechados. Pero se equivocó, porque la sociedad peruana encontró la forma de hacerle frente. Primero a partir de su mediatizada querella con Jaime Bayley y finalmente con una inédita concientización de los ciudadanos, ahora más aferrados al respeto por su integridad moral.

 Y ante la inminencia de la extinción, el virus empezó a evolucionar. Entendió que de ese cuerpo no podría alimentarse más y se preparó para migrar hacia el norte, donde estaba seguro de que encontraría otro cuerpo más dado a la infección. La sociedad elegida fue la mexicana. Y hace poco menos de un año que el virus se multiplica con éxito allí.

 Primero en TV Azteca y ahora en Televisa, Laura Bozzo hace lo que mejor sabe hacer: denigrar. El programa de televisión que conduce cuenta con panelistas que guardan el mismo perfil de los que formaban parte de sus pares aquí en Perú. Todos pertenecen a estratos sociales bajos, les cuesta muchísimo lograr que sus discursos resulten verosímiles y no les importa pisotear su dignidad por unos pesos. Después de todo, han de necesitarlos mucho ¿no? Y es que esa es la gente que Bozzo elige para atacar los cuerpos que la hospedan. Son los mejores medios para consumar la destrucción.

Lo que resulta interesante señalar es que en México su modus operandi ha alcanzado niveles altísimos de oscuridad a pesar de que la televisión mexicana tiene fama de ser más evolucionada que la nuestra.  Si bien ahora los panelistas no se muelen a golpes frente a cámaras ni lamen axilas por veinte dólares, se dejan insultar y golpear por Bozzo. Además, el público asistente tiene una participación mucho más activa y circense. Es decir, sigue siendo mierda solo que ahora a colores.

Pero sí hay algo que, digamos, representa un avance: el programa se reconoce, implícitamente, como un teatro del terror y ya no como una retrato realista de la sociedad. Y es que los casos carecen de tanta verosimilitud que no parecen pretender que la gente los acepte como ciertos. Al parecer Bozzo ha entedido que no es necesaria la ilusión de realidad para incentivar el morbo en el público televidente.

Espero que la sociedad mexicana desarrolle anticuerpos cuanto antes. Esa enfermedad la padecí durante diez años y no se la deseo a nadie. Ni siquiera a Laura Bozzo.


Rollin Cafferata Thorne

miércoles, 29 de septiembre de 2010

El día que los jóvenes decidieron gobernar

La política tiene bigotes blancos, cabellera escasa, panza pronunciada y ternos Hugo Boss. Puede vestir zapatos lustrosos o zapatillas desteñidas y maltrechas. Gorras Good year o boinas Cacharel. La política planea la revolución desde el Café de la Paz o desde un parque del Centro de Lima. Se sienta a pensar el país y a reformular las reformas, que en un momento reformó, por un decreto de rectificación.
Así de enredada es la política peruana. Nuestro país sigue sumido en la improvisación y la falta de tino al momento de confrontar ideas y plantear propuestas eficientes para la ciudad. Lo que lleva nombre de debate, termina siendo lo más cercano a una partida de box de Nintendo Wii. Claro ejemplo: el último debate municipal por Lima.
Quienes, en principio, se figuraban como sólidas propuestas, hoy no dejan más que migas de arrebatos por afán al poder municipal. A una semana de las elecciones municipales, el triunfo de los ciudadanos se pone color hormiga. Los atropellos, las posturas agresivas, los ataques insistentes, el sarcasmo e ironía mezclados con la rabia maldita, desbordaron la mesa de debate, en Villa El Salvador, aquel épico 28 de setiembre.
Las imprecisiones y los ataques personalizados coparon este ciclo de elecciones municipales. Dimes y diretes se prolongaron en todos los medios de comunicación del país. El Twitter se vio invadido por la mofa política y le sacó la vuelta a la precaria política peruana. ¿Qué nos demostró?, lo invariable: la necesidad de ser convencidos. Con improperios, audios y videos, al fin y al cabo, en esta guerra municipal [por convencer], todo vale.
Para nosotros, los jóvenes, no todo vale. El futuro que queremos, ese futuro “prometedor”, que llena las bocas de los candidatos, corre por nuestras manos, ya que, cuatro años más tarde nos tocará liderar estos espacios públicos tan mancillados. Llegará el día en que los jóvenes decidiremos gobernar, ponernos frente al país, replantearlo y repensar la nación.
El bicentenario no está lejos, tampoco a la vuelta de la esquina. Para entonces, oscilaremos los treinta años y estaremos inmersos en la coyuntura nacional. Los cinco años de aula se verán reflejados en nuestro desempeño y nos denominaremos la generación bicentenario. Seguro tendremos más de los animales políticos que ahora pululan. Pero tendremos, quién sabe, verdaderos actores políticos de la talla de Marco Enríquez-Ominami, un progresista a cabalidad.
Será el momento para aplicar las lecciones aprendidas, plantear debates concienzudos con las bases que amerita. Podremos ser capaces de dejar los protagonismos y la personalización de los problemas, en suma: no jugaremos a hacer política.
Hoy, la política es un juego de poderes. Quienes se enfilan en la lista de políticos buscan, a ver, quién puede dar un mejor golpe, o quién puede ser el más ridículo para esta ciudad de payasos.
Alicia Rojas

jueves, 23 de septiembre de 2010

Mi respuesta es: ninguna de las anteriores

Soy una ciudadana responsable. Creo que mi voto electoral es un derecho y un deber y que por eso debe ser pensado. Y sí, sí lo he pensado, repensado y analizado con las herramientas que los medios y el tiempo me han dado.

Primero, he visto los debates con papel y lapicero en mano. He apuntado las propuestas más concretas y con mayor contenido, he hecho una lista de los posibles candidatos por los que podría votar y por los que de ninguna manera votaría. Poco a poco mi lista se redujo a tres: Gonzalo Alegría, Luis Iberico y Susana Villarán.

Segundo, he visto los programas de televisión, desde el más conservador hasta el más “progresista”. He dejado mis prejuicios que me acompañaron durante toda mi niñez y todas aquellas ideas que mis padres, ambos de izquierda y ahora decepcionados con la política, me impartieron subliminalmente.

Tercero, he leído los periódicos, donde lamentablemente sólo Lulú y la Tía Susy se apoderan de los titulares. Y finalmente, he discutido con amigos, compañeros de clase, taxistas y otros conocidos sobre su voto electoral; o sea, me he dado el gusto de escuchar otros puntos de vista y claro, también me he ganado con rumores, chismes y falacias sobre los candidatos y sus partidos.

De la lista que hice con tres candidatos posibles -Alegría, Iberico y Villarán-, he escogido una cuarta opción; desde mi punto de vista, la más responsable. Este 3 de octubre no marcaré ningún cuadradito. Y como no quiero que algún vivo lo marque por mí después de haberme ido, escribiré “ninguna de las anteriores”.

Mi voto será viciado. Después de un análisis concienzudo de las propuestas y actitudes de cada candidato municipal, en mi opinión, ninguno se perfila como un líder con temple y con propuestas concretas, factibles e innovadoras.

Mi voto viciado no es darle la espalda a la política o levantar los hombros en señal de que no me importa. Mi voto viciado es mi derecho de decirle a los políticos y a la sociedad civil que ninguno de los candidatos me convence y que no me conformo con un “mal menor”.

Soy y seguiré siendo una ciudadana responsable. Y para aquellos que piensan que el votar viciado no sirve para nada, les digo lo siguiente: yo haré, sin darle mi voto a ninguno de los candidatos, lo que está dentro de mis manos para mejorar mi ciudad.  


Emily Espinoza Lewis

miércoles, 22 de septiembre de 2010

Poemas extensos


Carlos Oquendo de Amat nació en Puno en el año 1905. Tras la muerte de sus padres decide emigrar a Lima donde logra vincularse con el germen que da inicio al movimiento vanguardista peruano.

A los veintiún años, el poeta publica su obra maestra, cinco metros de poemas, de las más representativas del movimiento vanguardista. Este poemario no solamente se queda en el contenido poético, sino también explota la forma. El lector, al tener en sus manos dicho poemario, se topa con un gran papel de cinco metros de extensión en donde los poemas, a modo de film, muestran escenas de profundo contenido poético que se van mimetizando con el flujo de las ciudades cosmopolitas. La idea de la poesía navegando por todos los rincones de la ciudad, explorando cada extensión de las largas avenidas pobladas de gente.

 “Estos poemas inseguros como mi primer hablar dedico a mi madre”  es la dedicatoria que da inicio al poemario, frase que funciona de entrada a lo que vamos a experimentar a la hora de la lectura. Un mundo caótico rodeado de recursos lúdicos como caligramas que refieren muchas veces la forma de las ciudades, las palabras pasan a construir edificios de varios pisos. El poeta joven, su hablar inseguro, lúdico que presenta una suerte de delicadeza sensorial.

En el Cinco Metros fluctúan añoranzas del pasado del poeta en Puno como es el caso del poema “Aldeanita” en donde el poeta nos transmite la una imagen recurrente de lugares alejados del ajetreo del ruido citadino: Aldeanita de seda/ ataré mi corazón/ como una cinta a tus trenzas (…). También poemas de amor como es el caso de uno de ellos llamado “Poema” donde las imágenes rompen el estereotipo del “lugar común” y optan por danzar entre lo monstruoso y lo puramente lírico.

Si bien este poemario fue publicado en los años veinte del siglo pasado, a lo que menos nos remite es a escenas anacrónicas. Es una obra que toma vigencia en nuestra época y que nos debería instar a conocer a Carlos Oquendo de Amat como uno de los grandes animadores de la lírica peruana.

Daniel Sánchez Ortiz

viernes, 17 de septiembre de 2010

Sí, es otra tonta película de vampiros

Ya estrenaron en Lima la patética parodia de la saga de Stephanie Meyer. Para quienes aún no hayan oído hablar de ella, es la escritora estadounidense que puso de moda una vez más a los vampiros y licántropos, a los amores imposibles y a los adolescentes incomprendidos. Autora de grandes éxitos de ventas como Crepúsculo, Luna Nueva, Eclipse y Amanecer, Stephanie Meyer alcanzó renombre internacional con las versiones cinematográficas de sus obras.
Actualmente, se han estrenado con un espectacular éxito de taquilla en todo el mundo, más de 2 billones de dólares en total, tres de las cuatro películas que narran la historia de amor de Bella, Edward y Jacob, correspondientes a cada una de sus novelas. Un triángulo amoroso que ha causado un furor en los adolescentes, y en mayorcitos también, que por supuesto ha sido aprovechado colosalmente por el estudio Summit Entertainment, encargado de llevar la ficción a la gran pantalla y máximo beneficiado con las ganancias.   
La historia, en el cine, trata de una joven de preparatoria que se muda una temporada con su padre al pueblo de Forks, al norte de Estados Unidos. Lugar en el cual desequilibrará a más de uno. El primero  de ellos es su mejor amigo de la infancia, Jacob Black, perteneciente a una tribu de indios americanos Quileute, protectores de los bosques y de la naturaleza viva. El segundo es su enigmático compañero de escuela, Edward Cullen, quien pertenece a una numerosa y respetada familia del lugar.
Ambos muchachos se repelen por razones que trascienden al amor que sienten por Bella, Isabella Swan, la protagonista de la historia. Son enemigos naturales, Jacob es un licántropo y Edward es un regenerado vampiro vegetariano. Conviven cerca por una cuestión diplomática, pero más allá de eso cada uno representa valores antagónicos, uno es vehemente, libre, fuerte y alegre; el otro es delicado, taciturno, tradicional y hermoso. La obra trata de la pugna entre ellos por Bella y de angustia de ambos ante su decisión de convertirse en vampiresa.       
La saga literaria no es del todo desdeñable a pesar de caer en típicos clichés, empezando por el tema. No se puede decir lo mismo de las películas, que por el contrario muestran comportamientos y discursos altamente disforzados y huachafos en los protagonistas que difícilmente contribuyen a hacer verosímil la ficción. Son estas deficiencias de las que se valen los creadores de “No es otra tonta película de vampiros”, en la que satirizan esos momentos y acciones ridículas haciendo reír a quienes están hartos de tanto patetismo tragicómico.
Desgraciadamente, esta entrega es aún más mediocre que las tres cintas de Crepúsculo juntas. La gracia de este corto resumen, 80 min, de la hasta ahora trilogía cinematográfica, radica básicamente en los golpes. Las situaciones románticas entre los protagonistas son transformadas sistemáticamente en momentos violentos y embarazosos sin ton ni son. Al mismo estilo de sus predecesoras “No es una tonta película americana”, “No es una tonta película de amor”, “No es una tonta película épica” y demás, esta es también una comedia bastante ligera y simplona, cuyo éxito radica en que un grupo de adolescentes tengan una excusa para ir al cine, reírse en voz alta, hablar en las salas, echarse canchita unos a otros y básicamente ser ellos mismos los artífices de su propia diversión, y no la película. En estos días, no cabe duda de que cualquier representación trivial puede ser un buen negocio. (*Tabatha Grajeda)        

jueves, 16 de septiembre de 2010

Declaraciones poco humanas

Parece que hay gente que sigue pensando que las matanzas cometidas por efectivos militares y paramilitares contra la población civil durante el conflicto armado interno no son crímenes de lesa humanidad.

En este grupo se incluye a nuestro ex ministro de Defensa, Rafael Rey, quien fue invitado a Prensa Libre para dar sus declaraciones acerca de la derogación del Decreto Legislativo 1097 y quien dijo, con mucha convicción, que la matanza extrajudicial de Putis no fue un crimen contra los derechos humanos.

¿Qué es un crimen de lesa humanidad? Rafael Rey lo sabe y aquí parafraseo lo que él bien dijo por televisión el día de ayer. Según el Tratado Romano los crímenes de lesa humanidad reúnen cuatro condiciones para ser calificados como tales: que formen parte de ataques sistemáticos y generalizados, que estén dirigidos contra sobre población civil, que se realicen con conocimiento de ser parte de ese ataque sistemático y generalizado y que sean cometidos por razones étnicas, raciales, religiosas, culturales, nacionalistas o políticas.

Entonces, a diferencia de lo declarado por Rafael Rey y lo creído por muchas personas en nuestro país, el caso Putis sí es un crimen de lesa humanidad. Y aunque, sospechosamente, todavía no se sepan quiénes fueron los perpetradores porque sólo se conocen sus apelativos, este caso ha sido investigado y confirmado por la Comisión de la Verdad como una matanza a sangre fría y extrajudicial.

El “Teniente Lalo”, “Oficial Bareta”, “Comandante Oscar” y “Capitán Cuervo”, perpetradores de la matanza en Putis, cometieron un crimen que fue, es y será imprescriptible.

El crimen

En diciembre de 1984, debido a que las acciones subversivas por parte del Partido Comunista Peruano Sendero Luminoso aumentaron, se instalaron bases militares en la localidad de Putis, provincia de Huanta.

Los militares de esas bases convencieron a los pobladores de la localidad a que se instalen en las zonas más bajas, bajo la promesa de brindarles mayor protección contra las acciones subversivas y sus accionistas. Les dijeron que construirían viviendas y una piscigranja para sostenerse económicamente. Los comuneros entonces aceptaron, juntaron sus pertenencias, bajaron de los cerros y fueron recibidos por los militares muy “amablemente”.

Al día siguiente, los comuneros varones empezaron a cavar una poza bajo órdenes de los que decían ser sus defensores frente a la violencia. Sin embargo, la cínica amabilidad de los militares se había esfumado. Ahora, ellos apuntaban a los comuneros con armas. Estos últimos no tuvieron otra opción que continuar cavando.

Cuando terminaron de cavar dos fosas -la más grande de ocho metros de largo por cuatro de ancho y la otra, de cuatro por dos-, los militares los reunieron alrededor de ellas junto a sus mujeres e hijos. En ese momento abrieron fuego, disparándoles a matar. Luego, los enterraron con tierra y piedras.

Las razones

Según los testimonios de los sobrevivientes, los pobladores varones habían escuchado la noche anterior que los militares separaron a las jóvenes de alrededor de 15 años de edad y que ellas, a la mañana siguiente, contaron que habían sido violadas sexualmente.

Probablemente los militares sabían que los comuneros estaban al tanto de las violaciones y que no iban a seguir las órdenes de cavar los pozos porque sabían ya que todo era un engaño.

Sin embargo, según la investigación realizada por la CVR, hubo dos razones más por las que los militares asesinaron a estos pobladores. Primero, se sabe que tenían la errónea sospecha de que los comuneros eran parte de la subversión. Y segundo, querían apoderarse del ganado de los comuneros para luego comercializarlo en Marccaraccay, una comunidad vecina a Putis.



Las declaraciones que dio el ex ministro Rafael Rey son reflejo de la poca humanidad que tienen algunas personas. A ellas, solamente puedo decirles que hay que informarse más sobre estos casos pero sobre todo, hay que sentirlos. Las víctimas todavía están presentes.

Emily Espinoza Lewis

El nivel de la programación de la TV nacional

El nivel de los programas en la TV peruana y sus ratings

Cuando prendemos la TV y revisamos que es lo que hay en la bandeja de programas de señal abierta, muchos se horrorizan con lo que encuentran. Programas baratos, mediocres, en donde la chabacanería y el mal gusto de los diálogos son los que priman. Nos hemos acostumbrado a estereotipar personajes y ridiculizarlos. Ejemplos de estos hay muchos, sin tener que hablar de programas específicos, constantemente vemos que se suele exaltar de forma exagerada a personajes homosexuales, serranos, cholos, negros, etc. 

La pregunta de todos es por qué. Y la respuesta constante es porque tienen rating. Sin ninguna duda, esto es cierto. Los programas en el Perú, para que se mantengan en la tele tienen que tener como mínimo 10 puntos de rating, más bajo que eso, durara muy poco tiempo. Claro está, que también depende mucho del horario en que se encuentre el programa en cuestión, no es lo mismo estar en el horario “clave” nocturno (6 PM a 10 PM) que al medio día. Para poner un ejemplo, los programas de mayor rating en el horario antes mencionado deben de estar cerca de los 20 puntos como mínimo para que los canales lo consideren viables.

¿Es necesario que para que los programas tengan éxito en nuestro país, sean realizados de esta forma? La verdad es que no lo creo. Sin embargo, son los grandes medios televisivos los que han acostumbrado al público a esto. El paladar de la audiencia sea ha vuelto burdo, la mayor parte de la gente, que no tiene televisión por cable, no espera nada en particular de los programas, simplemente consumen lo que les dan. Y como a estas grandes empresas de comunicaciones les va bien económicamente con lo que muestran, no encuentran ninguna necesidad de cambiar el plato.

Tampoco vamos a decir que  todos los programas que están en la tele nacional son del tipo que vengo recriminando. Hay algunos programas que buscan salir de esa categoría, principalmente miniseries o series de comedia. Sin embargo estos son la minoría.

Creo que es posible hacer cambiar esta visión de los programas a las grandes cadenas de televisión nacional, pero siempre y cuando haya un interés en cambiarlo por parte del público.

Una de las maneras para que la televisión nacional agarre un nivel superior al actual es dejar de consumir una serie de programas que lo único que producen es el hundimiento de esta misma. Hay que dejar de colaborar con las urracas, los Talk Shows de mala muerte, los noticieros en donde la sangre y la morbosidad es el plato fuerte. Quizás así podamos salir a flote de esta caída estrepitosa en que esta nuestra TV.


Sebastián Legaspi.