miércoles, 8 de diciembre de 2010

Esa linda noche de verano

(Una crónica para despedir el ciclo. Saludos a todos y felices fiestas)

Cruce de México con Abtao: Grandes banderolas, vendedores agitando camisetas, el olor de los  anticuchos y  olluquito con charqui; es aquí donde comienza esa linda peregrinación al estadio de Matute. Manos en los bolsillos, comenzamos a caminar. Un mar de gente, todos reunidos, avanzan hacia las puertas del estadio. Resulta curioso cómo, al estar cada vez más cerca  del “Alejandro Villanueva”, a uno le van subiendo las pulsaciones, va sintiendo el partido, va anhelando que el sueño se cumpla.

Entramos, cruzamos el túnel que divide el exterior y el interior del estadio. Cuatro tribunas llenándose, salsa de fondo musical, una brisa cálida de verano: Ambiente de copa, sin ninguna duda. Nos sentamos, escucho a un par de hinchas:

-          - Oye,  ese “Estudiantes” ¿Que tal es ah?
-          - El Campeón vigente pues primito.

La noche va cayendo en Matute, los cuatro reflectores van encendiendo lentamente sus focos blancos. Comienzan las olas humanas, El “Comando sur” – La famosa barra aliancista – entona las canciones de apoyo al equipo. La pantalla luminosa, ubicada en la intersección de dos tribunas, dice, en letras mayúsculas: “COPA LIBERTADORES DE AMERICA. ALIANZA LIMA vs ESTUDIANTES DE LA PLATA.”

Primer tiempo

7:30 de la noche, sale estudiantes. Las pifias habituales y algún que otro proyectil reciben al equipo de Verón, del “principito” Sosa y Clemente Rodríguez. Minutos después sale Alianza, el estadio grita, se envalentona. Yo, en un momento de aquel recibimiento, quede absorto mirando el cielo limeño; no había nubes, no era gris, era un cielo raso. Comienza el partido: Ocho segundos, Sosa se la roba a Vidal, gol de estudiantes. El estadio se quedo mudo ¿Qué había pasado?   

“Se nos viene la noche” escuche que decía un desilusionado hincha. Hombre, ¡No se puede decir nada cuando faltan 89 minutos más por jugarse! El estadio pensó como yo. Seguía el aliento. Alianza jugaba, tocaba, intentaba, no se rendía. Apareció, cual rayo fulminante, Wilmer Aguirre. El “zorrito” dribleo por la derecha, se saco un par de “pincharatas” y la clavo en el ángulo: 1-1. Esta historia recién empezaba.   

El partido era intenso, de esos que pestañeas y puedes perderte un gol. Ataque tras ataque, los aliancistas exclamábamos, estábamos ya totalmente entregados. Corner para estudiantes, el “Negro” Gonzales rechaza largo. La pelota, muy arriba, parece difuminar el ataque blanquiazul. El zorrito, nuevamente, gana la posición, supera en velocidad a Rodriguez (para muchos, el lateral más rápido de este continente), encara al arquero Orión: Gol, golazo.


2-1, habíamos volteado el partido. Las revoluciones, todavía a mil, no bajaban. Viene otra pelota, Aguirre se saca al arquero, dispara y se cruza un argentino. El árbitro mira su reloj y pita. Fin el primer tiempo, es hora de un par de anticuchos. 

De regreso a mi asiento, un par de hinchas hablan, al borde del asombro:

-          - ¿Qué le pasa a Aguirre?
-          - No sé

Y es que el Zorrito estaba jugando el partido de su vida. No había que confiarse, faltaban 45 minutos más. Sale alianza de nuevo. Comienza la segunda parte del mítico partido.

Segundo tiempo

“Quien no conoce la tristeza en el futbol no conoce nada acerca de la tristeza” afirmaba Ribeyro. Dicen que a nosotros nos une el dolor, la tragedia y  memoria de una generación que se perdió. También nos junta  la alegría, el buen juego y el corazón. Esos 45 minutos restantes iba a quedar sentado eso. En los primeros minutos se siguió jugando con el cuchillo entre los dientes. Pierna fuerte, piques cortos y un par de buenas ocasiones. Faltaba asegurar, mal perenne del futbol nuestro.

Yo, como todo el estadio, miraba el partido con cierta fascinación. El equipo estaba funcionando: Quinteros la pasaba, Gonzales la quitaba, Fernández la aguantaba y Aguirre, disfrazado de pele, deleitaba. Gonzales gana una pelota en el medio, le queda al zorrito: Enganche y disparo, seco, al segundo palo. 3-1, con baile incluido.

Que empequeñecidos estaban los argentinos. En la cancha no parecían más que once robots quedándose sin pilas. La gente gritaba: “! Ole, Ole!” y los argentinos no encontraban la pelota, alianza la escondía, la movía, la trataba con respeto.

Los minutos entre el último gol y el final del partido fueron superlativos. El estadio temblaba, reclamaba más goles y no quería que se acabe el encuentro. “Esto es una maravilla” pensaba. Entre los oles, el temblor y la exaltación, el zorrito mete un pase al área y Fernández, como punta de lanza, le empalma a las redes con decisión. Ese fue el gol que más grité. La emoción me embargo (como a todos los presentes) y llegue a una conclusión: “Lo de hoy fue mágico”.


“éste equipo ha reivindicado el futbol peruano, a esos grandes equipos peruanos” escuché después en un noticiero internacional. Esa noche de cielo raso quedará en mi memoria como el mejor partido que he visto en vivo. El árbitro pita el final del partido. Yo me imaginaba, caminando de nuevo al cruce México con Abtao, ya viejo, conversando con mis amigos íntimos: “Oye, te acuerdas esa linda noche de verano”.  



Javier Wong

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