jueves, 2 de diciembre de 2010

Violencia y miseria en medio de comodidad.

No se requiere de mucho esfuerzo para encontrar el particular encanto que hace de Río de Janeiro una de las ciudades más bellas de América. Pasear por las exclusivas playas de Leblón, sentir la presencia de la grandiosa estatua del Cristo Redentor o visitar el Parque Nacional de Tijuca hacen que la experiencia de quien visita esa ciudad sea inolvidable. Sin embargo, tampoco es necesario ser un observador perspicaz para ver los ridículos contrastes que no escapan a los ojos de quienes tenemos la suerte de haber pasado tan solo un par de días en esa ciudad. La expansión descontrolada de las favelas, que ya superan el millar en la zona metropolitana de Río se hace presente a toda hora. Una estrecha comodidad en medio de la miseria se puede percibir con facilidad tan solo con el girar de la nuca. Sus habitantes son trabajadores humildes que proveen la mano de obra a la ciudad y son las primeras víctimas de vivir bajo el código circunstancial impuesto por las pandillas y bandas que viven en constante guerra. Se ha intentado de todo para darle una solución a este problema desde un programa de demolición de viviendas hasta la edificación de muros en torno a las favelas. Ninguna de estas tuvo ningún efecto sobre el estilo de vida de sus habitantes y mucho menos contribuyó a la seguridad de las mismas. Es imposible estar allí y no verlas, así como es imposible notar que los peruanos no estamos ajenos a este problema. Como si se tratase de la misma ciudad de Río, la guerra de bandas en distritos como La Victoria, El Callao, Chorrillos hacen que esta realidad este cada vez más cerca de Lima.

En Río nadie quiere que se desate una guerra si se colocase alguna reforma drástica sobre estos asentamientos. La urbanización, por otra parte, afecta una compleja de red de intereses para los beneficiarios del narcotráfico como también a aquellos que reciben premios por permitir la fluidez de este comercio. Los peruanos no estamos lejos de tener un problema tan incontrolable como este. Sin embargo, si se quisiera evitar esto,  el primer paso es precisar la magnitud de la violencia realizada por los jóvenes sin la magnificación que a veces se da en los medios de comunicación social, pues muchas de las opiniones y propuestas se expresan a partir de prejuicios o ideas estereotipadas.
Tampoco no se puede aplicar una represión indiscriminada. El aumento de penas u otras medidas similares, la simple represión y medidas de reacción instintiva no son una solución, quince años de violencia nos lo han demostrado. Se trata no de un grupo de personas sino de toda una generación, a la que debemos cuidar. Y por último, en el marco del sistema de seguridad ciudadana, la Policía Nacional del Perú debe potenciar y priorizar la prevención como elemento básico de una sana política social; con la intervención activa de los ciudadanos organizados y especialmente de los jóvenes integrantes de pandillas, barras bravas y pirañitas. La rehabilitación debe ser asumida en términos de dotar al joven de conocimiento y habilidades para reincorporarse con éxito a la sociedad. Por tanto, el Perú tiene que comenzar a actuar y combatir de manera inteligente la violencia para no verse envuelto en tremendo problema que como Brasil hasta ahora no encuentra solución.

Luciano Olivos Carrascal

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