miércoles, 25 de agosto de 2010

“Prefiero morirme antes que verte pobre”

A los 16 años, la incertidumbre nos define. Aunque creamos saberlo todo y esa sea la única verdad que abrazamos ciegamente, desconocemos la verdadera cuestión, el eje en torno del cual gira nuestra vida: somos aún prolongaciones de nuestros padres, de nuestro colegio, de nuestros mínimos universos. Y en nuestro país, es a esa edad que elegimos la carrera que estudiaremos.

A los 16, yo ya sabía cuántos hijos iba a tener, dónde iba a vivir, cómo sería mi esposa y hasta cuánto dinero ganaría al mes; a los 16, naturalmente, sabía que Administración de empresas era lo mío. Y sólo tres años después, cuando mis padres dejaron de pensar por mí y arranqué del inconsciente la certeza de que este cuerpo era mío, entendí que, en realidad, lo mío era la literatura. Sabines y Watanabe me lo contaron en mi clase de microeconomía.

Explicárselo a mis padres no fue difícil: fue imposible, e intenté estúpidamente buscar un punto medio, algo que me diera dinero y que los complazca, aunque poco. Terminé estudiando periodismo. Recuerdo claramente las palabras de mi vieja en aquel sangriento almuerzo: los poetas son unos vagos, unos borrachos y casi todos viven con las justas. Aquella decisión resignada me recuerda la única verdad que ahora abrazo ciegamente: a los 16 lo sabía todo. Ahora no sé nada.


El mito

El estereotipo del poeta que maneja la sociedad limeña alcanza niveles altísimos de complejidad y oscuridad. Los poetas son análogos a los violadores, terroristas, drogadictos y cualquier otra figura representativa de la escoria. Pero este mito, como todos, tiene una base en la realidad. La difusión de la poesía de Vallejo junto a su penosa biografía es una de las culpables. Es harto conocido que el que fuera nuestro más grande vate (y acaso intelectual) vivió sumido en la más enajenante miseria, y murió en una cama de un hotel parisino de tercera. Asimismo, la muerte de Javier Heraud -a quien muchos recuerdan como terrorista-, la mediatizada adicción a la coca de Antonio Cisneros y la homosexualidad de Eielson y César Moro (tan mal vista por nuestra homofóbica sociedad), le dieron aire al mito. Mi viejita es una de sus víctimas.

No pretendo enumerar las razones que explican su éxito social. Me basta con aclarar que es un mito. ¿Y es que acaso nadie sabe que nuestra docencia universitaria y escolar está poblada de poetas? ¿Casi tanto como nuestro periodismo? ¿O que muchos de ellos ocupan cargos administrativos de alto poder como Mirko Lauer o el mismo Cisneros? La verdad es que muy poca gente lo sabe, y algunos incluso prefieren no saberlo. Resulta complaciente mirar el mundo a través de una lentilla prejuiciosa. Todo parece adquirir orden y limpieza. Es cierto, como también lo es el hecho de que ello no es otra cosa que una característica más de nuestra condición de país tercermundista.

Rollin Cafferata Thorne

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