miércoles, 13 de octubre de 2010

Los dos mundos de Murakami


Tokio aparenta ser una ciudad vertiginosa. Carros, trenes y personas desplazándose a gran velocidad, arremolinados por grandes avisos de neón. Luces intermitentes, anuncios flotando entre grandes edificios. La vida no baja de cien kilómetros por hora en la ciudad asiática que nunca duerme. Hay un hombre, sin embargo, que ha logrado cargar a este lugar de una nostalgia insospechada y mágica. Haruki Murakami es, sin dudas, un escritor que se mueve entre su Japón natal y un occidente más lento, más bajo en revoluciones.    

La melancolía y facilidad para vivir en soledad son marcas registradas en los personajes de sus novelas. Caminan, observan y fantasean en una Tokio impávida, otoñal. La vida transcurre a ritmo calcino, los paisajes nos remiten a tierras inexploradas  y el amor aparece y desaparece. Las referencias musicales, una constante en sus escritos, musicalizan su obra. Pasando las páginas uno puede casi escuchar Norwegian wood o For no one, grandes canciones de los Beatles. Murakami nos atrapa en un mundo que pasa lento y nos invita a soñar.   

Lo terrenal, que es duro e histórico, también confluye en sus novelas. El escritor japonés aprecia a su país, sabe de su historia y conoce lo importante que es no repetir los errores del pasado. Comenta, muy solapadamente, los problemas que ha pasado su nación. Nos lo dice en el contexto que rodea a sus personajes, en las situaciones en las que ellos están inmersos. No rechaza ser japonés en su propia tierra.

El escritor nipón es un hombre que preserva su intimidad a ultranza. Va por ahí, recorriendo tiendas de discos, buscando saciar sus ansias melómanas. “Lo que más aprecio es viajar en el metro y no ser reconocido, que nadie me pida un autógrafo”, afirma. Ser reservado, disfrutar de la buena música, Murakami es enigmático como sus personajes. Leerlo es toda una aventura.   

Javier Wong

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