viernes, 22 de octubre de 2010

El paraíso a un sol

A partir de las siete de la noche,  La Colmena empieza a cambiar de médula espinal. Ya no son madres solteras revestidas de abarrotes  las que corren por sus cuadras. Tampoco comerciantes ávidos de rebajas, contrabando caleta, huevones que estafar. Se acaba el comercio de discos piratas, de colegios de “dos años la secundaria”, de restaurantes de a tres lucas el menú .Comenzada la noche en La Colmena, sólo es posible identificar un mismo tipo de gente, un mismo tipo de comunicación, un mismo lugar al que llegar.

No sirve ya de nada hacer la distinción entre borrachos, drogadictos y ladrones; tampoco entre estudiantes, esposos pendejos y desempleados. Todos son de la misma raza. Y habitan la noche de la Colmena porque sólo allí pueden reafirmar su identidad sin tapujos, creerse esa vaina de que todos somos alguien. Y es que entre ellos nunca se está librando batallas tácitas: el ritmo de la noche de la Colmena no es estrepitoso como el del día.

Y todos se reparten en tres locales ubicados en el corazón de la avenida. Los tres con llamativos carteles, los tres llenos de gente. Y entre la calle y el local, entre el paraíso y La Colmena, un hombre con un talonario colgando de sus muñecas, grita: “¡A sol la barra caballero! ¡A un sol nada más!”.

Y los pajeros llegan, siempre solos. Mujeres desnudas mordiendo varas de acero incrustadas en el medio de un improvisado escenario, un insoportable hedor a semen que se confunde con un ambientador, y un humo blanco y denso de efectos lacrimógenos, es lo que te espera adentro. Es por lo que has pagado un sol. Y en el local la gente se vacila. Los pajeros se compran su trago, se ponen a conversar, y, de cuando en cuando, uno le mete la mano a alguna modelo: y, de cuando en cuando, se meten la mano entre pajeros.

El paraíso dura la madrugada entera, y en la mañana los pajeros son regresados al día. Hay quienes regresan todas las noches y se hacen amigos de los dueños, de algunas señoritas. Hay quienes van sólo un día a la semana, por lo  general viernes o sábados, y les juran a sus esposas que irán a tomarse unos tragos con algún amigo de la chamba. Y hay quienes, como yo, sólo fuimos una vez y nos quedamos el tiempo que nos demoró entender que no pertenecíamos allí.


Rollin Cafferata Thorne

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