jueves, 14 de octubre de 2010

La procesión va por fuera

Llegué a la iglesia de Las Nazarenas cerca de las 10 de la mañana. La inseguridad se apoderaba de mi mano derecha que sostenía una cámara Nikon que ya casi estaba lista para retratar instantes de la primera procesión del Señor de los Milagros de ese año. Antes ya había asistido a esta peregrinación, con mi madre, pero entonces bajo los brazos llevaba toneladas de prejuicios y un desinterés que no podía soportar un adjetivo especifico.

Ya llevaba media hora fotografiando a las personas apostadas en la entrada de la iglesia, había intentado, sin éxito, fotografiar expresiones gestuales de fe dentro de la iglesia, ya había recorrido los puestos que rodeaban la iglesia en busca de lo que el podía denominar como souvenirs católicos. La impaciencia me llevó a preguntar a otro reportero a qué hora saldría el anda.

-         A las doce por la entrada de Tacna. Chino, juégate un pucho.

En la entrada de Tacna un grupo de señoras estaba inclinado y muy diligente en la elaboración de alfombras florales. Las mujeres iban de un lado a otro con baldes llenos de agua sucia y bolsas llenas de coloridos pétalos. Las alfombras representaban imágenes del Espíritu Santo, niños en actitudes de respeto al altísimo o simplemente postales de ángeles penitentes.

La policía ya colocaba una soga alrededor de un perímetro y, dentro de este, pululaban grupos de hombres de diversas características, unidos por el hábito morado representativo de la hermandad de los cargadores del Señor de los Milagros. El recorrido sería corto; la imagen saldría de la iglesia de Las Nazarenas, luego doblaría en emancipación para luego tomar el Jirón Chancay, donde la imagen sería venerada por la hermandad de cargadores. Luego doblaría la esquina y retomaría Tacna, donde avanzaría una cuadra y volvería a su templo.

Los cargadores llamaron la tención del reportero. Macizos hombres se daban fuertes abrazos, besos en las mejillas con el rostro iluminado. Parecía que solo se veían en octubre y esto generaba la explosión de las sensaciones que vinculan a cada cuadrilla de la hermandad. Dos hombres se abrazaban fuertemente y uno golpeteaba la espalda del otro, este hundía su rostro en el hombro de su amigo. Al terminar el abrazo, pude ver que el hombre que tenía el rostro hundido mostraba las mejillas cubiertas de lágrimas y de rubor y como su brazo derecho apuntaba a la puerta por donde saldría el anda. No podía articular palabra alguna, la fe se manifestó como emoción pura. Ahí entendí la magnitud de lo que iba a presenciar.

Los cargadores guardaron silencio cuando del interior de la iglesia empezaron el grupo de mujeres cantoras que acompañan el anda. Miré mi reloj y me percaté de que ya solo faltaban 3 minutos para el mediodía.  Una multitud de papeles coloridos se mezclaban entre el humo de las sahumadoras cuando la gran puerta se abrió. Toda la gente levantó su mano derecha apuntando a la imagen a modo de saludo. El rostro de una mujer que avanzaba lentamente en muletas se transformaba en una lágrima de emoción, los hombres lloraban como niños con el rostro enrojecido, una sonrisa era esbozada entre tanta lágrima de fe.

El aire se llenó de cánticos, la gente fuera del perímetro formó un mar expectante, asomaban la cabeza para poder ver la imagen lejana. Una señora en velo blanco no bajaba su mano dirigida a la imagen, con ojos cerrados seguramente podía palparla. Sus labios temblaban mientras entonaba una alabanza. Aquella cuadra de la avenida Tacna explotó en júbilo durante varios minutos, hasta que alguien hizo sonar la campanilla que indicaba que el anda iba a descansar unos instantes. Entonces el barullo fue devorado por un silencio de respeto absoluto, la muchedumbre cerraba los ojos y bajaba el rostro a modo de penitencia.

Entonces levanté el rostro al cielo adornado con cadenetas, el viento soplaba fuertemente y solo se oía el sonido del papel cabritando en el aire.


Daniel Sánchez Ortiz

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